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Papa Francisco condena los muros construidos para detener migrantes

 

Durante el tradicional discurso de inicio de año al cuerpo diplomático acreditado ante la santa Sede y en el que suele repasar sus actividades internacionales y lo sucedido en el año que acaba de terminar habló de su visita en diciembre al campo de refugiados en la isla griega de Lesbos.
“Ante estos rostros no podemos permanecer indiferentes ni quedarnos atrincherados detrás de muros y alambres espinados, con el pretexto de defender la seguridad o un estilo de vida”, afirmó en referencia a ese viaje.
Y agradeció “a todos aquellos, personas y gobiernos, que se esfuerzan por garantizar acogida y protección a los migrantes, haciéndose cargo también de su promoción humana y de su integración en los países que los han acogido”. Aunque se dijo consciente de las dificultades que algunos estados encuentran frente a flujos ingentes de personas, también señaló que “hay una clara diferencia entre acoger, aunque sea limitadamente, y rechazar totalmente”.
“Es necesario vencer la indiferencia y rechazar la idea de que los migrantes sean un problema de los demás”, comentó, antes de destacar que “el resultado de semejante planteamiento se ve en la deshumanización misma de los migrantes, concentrados en los centros de registro e identificación donde acaban siendo presa fácil de la delincuencia y de los traficantes de seres humanos”.
También condenó “que los mismos migrantes a menudo son transformados en armas de coacción política, en una especie de artículo de negociación, que despoja a las personas de su dignidad”. Francisco volvió a considerar fundamental que “la Unión Europea encuentre su cohesión interna en la gestión de las migraciones, como la ha sabido encontrar para hacer frente a las consecuencias de la pandemia”.

Durante el tradicional discurso de inicio de año al cuerpo diplomático acreditado ante la santa Sede y en el que suele repasar sus actividades internacionales y lo sucedido en el año que acaba de terminar habló de su visita en diciembre al campo de refugiados en la isla griega de Lesbos.

“Ante estos rostros no podemos permanecer indiferentes ni quedarnos atrincherados detrás de muros y alambres espinados, con el pretexto de defender la seguridad o un estilo de vida”, afirmó en referencia a ese viaje.

Y agradeció “a todos aquellos, personas y gobiernos, que se esfuerzan por garantizar acogida y protección a los migrantes, haciéndose cargo también de su promoción humana y de su integración en los países que los han acogido”. Aunque se dijo consciente de las dificultades que algunos estados encuentran frente a flujos ingentes de personas, también señaló que “hay una clara diferencia entre acoger, aunque sea limitadamente, y rechazar totalmente”.

“Es necesario vencer la indiferencia y rechazar la idea de que los migrantes sean un problema de los demás”, comentó, antes de destacar que “el resultado de semejante planteamiento se ve en la deshumanización misma de los migrantes, concentrados en los centros de registro e identificación donde acaban siendo presa fácil de la delincuencia y de los traficantes de seres humanos”.

También condenó “que los mismos migrantes a menudo son transformados en armas de coacción política, en una especie de artículo de negociación, que despoja a las personas de su dignidad”. Francisco volvió a considerar fundamental que “la Unión Europea encuentre su cohesión interna en la gestión de las migraciones, como la ha sabido encontrar para hacer frente a las consecuencias de la pandemia”.

 

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